Ese maldito hábito



   Nunca le has importado a nadie. Siempre lo supiste. Pero tu mamá, que te tomaba como una persona admirable, no.
   En el lugar solo están tu madre, tu hermana y tu cuñado. La multitud que apareció para despedir a tu padre solo ha quedado en un recuerdo; no da señas de aparecer. 
   Tu hermana no recordó cuáles son tus flores favoritas y acabó comprando rosas. Tu mamá intenta rezar un rosario, cosa que nunca ha sabido hacer sin que la guíen y a pesar de que le suplicaste que no lo hiciera porque la religión no es de tu agrado. Tu cuñado está ahí porque tiene que estarlo.
   Tu deseo de volverte árbol después de morir no se cumple porque no ahorraste lo suficiente para ello y terminas a tres metros bajo el suelo, lejos de la tumba de tu padre porque nadie había anticipado lo que pasaría. El mariachi toca una canción que no conoces; tus gustos se limitan a bandas sonoras de películas o canciones en inglés. El entierro termina. Tu mamá deja de rezar incoherencias y se la llevan, llorando. Y estás justo como siempre has temido que te dejen: sola. 
   Ah, ese maldito hábito de pensar en morir.

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