Este es un texto ficcionalizado para una clase de la maestría. El propósito es informar un poco sobre la evolución de la lectura durante los años 2000-2020... pero soy una ridícula, así que me fui un poco más allá:
Hoy cumplí 70 años. Acabo de llegar del restaurante en donde celebré con mi
familia y lo primero que hago después de bañarme y ponerme la pijama, es buscar
mis lentes para leer un rato. Apago la luz, me acurruco en la cama y los lentes
se encienden. Mis ojos buscan el título que mi hermana dijo que habría en mi
biblioteca virtual como regalo de cumpleaños. No me toma nada de tiempo, ya que
el nuevo título brilla a diferencia de los otros. El libro se abre al momento y
las letras aparecen frente a mí, como si flotaran. Mis ojos ya no tienen que
configurar ni el tipo ni el tamaño de la letra o el ritmo de lectura, solo me
deshago del audio para poder tener una lectura normal.
Una lectura normal…
Es curioso cómo lo normal cambia de una época a otra. Yo solía leer de una manera muy distinta… ¿Hacía
cuánto de eso ahora? ¿15 años desde que me rendí totalmente al vicio de leer de
manera puramente digital? ¿Más? Cuando tenía casi 30 no hacía más que pensar en
ampliar mi biblioteca física de libros, y a pesar de que no tenía demasiados
como hubiera deseado, me sentía orgullosa de lo que ahí había. Pero el incendio
llegó y se llevó nuestra casa, nuestras fotos… mis libros. Ahí había de todo:
libros pequeños de la infancia, algunos clásicos que no había leído completos
por lo enormes que eran, una increíble pila de libros por leer… pero eran todos
míos, por regalos o por berrinches.
Obviamente mi biblioteca no era la de Alejandría, pero de igual manera no
creo necesario decir cuánto lloré. Curiosamente, mi Kindle, que tenía más de 50
libros, sobrevivió porque ese día lo llevaba conmigo, pero aquel Kindle no era
de la primera generación de 2007, esa que simplemente tenía la función de ser
un lector electrónico y ya, el mío
era de hecho de la octava generación, aquella que además de lector era de los
que a la vez podían tener todas las aplicaciones de un teléfono, lo cual era
mucha distracción. El caso es que… esos 50 libros no los podía tocar, ni oler…
pero al menos quedaban guardados en un lugar donde el fuego tal vez podría
dañar al dispositivo, pero no las obras. Lo cual es irónico considerando que Kindle significa encender.
Yo solía tener una relación amor-odio con el aparatito desde antes del
incendio. Odio porque no consideraba a aquello leer, leer, pero amor
porque me gustaba descargar los libros que había gratis en la tienda y sí,
también terminaba descargando PDFs que no eran copias autorizadas. Aunque
aquello tenía una ventaja: a pesar de que en un principio quería tener una
biblioteca enorme, sabía que aquello era muy difícil debido a lo económico, así
que el tener copias virtuales gratis o PDFs, me ayudaba a la hora de escoger
qué comprar. Así que leía un libro de ahí cuando no me distraía, lo compraba en
físico si me gustaba, con la portada más linda que pudiera encontrar por cierto,
o lo borraba del dispositivo para no saber más de él si resultaba ser una
decepción. No lo niego, aquel método de búsqueda de tesoros era divertido.
Antes del incendio y por allá de 2011, yo tenía un blog, pero después
decidí mudarme a la página de Goodreads, en donde una comunidad enorme de
lectores compartía sus reseñas, calificaciones hacia los libros y escritos
propios, aunque lo último era lo menos frecuente. ¡Esa página era el verdadero Face-book! Aquello hizo que comenzara a
escribir mis propias reseñas, que no eran tan buenas ni extensas como las que
había ahí, pero eso me entusiasmaba a leer más y a hacer comparaciones. Las
maneras en que se recomendaban los libros o las maneras de saber sobre ellos
cambiaban de manera un tanto brusca pero satisfactoria. Había otro método que
también me encantaba para el proceso de lectura, pero para ello utilizaba el
celular. No, no me ponía a leer directamente ahí, sino que había páginas, como
Tumblr e Instagram, en donde usuarios compartían fotos de manera muy artística
de los libros que leían en el momento o que les gustaban, eran fotos tan
maravillosas que parecían sacadas de algún estudio. Así que, gracias a todo
ello, mi biblioteca estaba adquiriendo un toque colorido, tanto de manera
literal como metafórica. Tuve también el placer de conocer a una Booktuber y de ver sus reseñas en vez de leerlas desde que estaba en la
universidad, alrededor de 2010. Escuché audiolibros y descubrí que me gustaban
más si eran los mismos autores quienes leían. ¡Eran libros y libros por doquier
y aquello no podía ser más perfecto! 10 años después, era como si no hubiera
hecho nada.
Sí volví a comprar libros, sí volví a recibirlos como obsequios en San
Valentín o cumpleaños, pero el miedo a perderlos otra vez era más fuerte, por
lo que dejé de llenar estantes casi a los 40. También me ganó el impulso porque
los Kindle eran cada vez más hermosos. Recuerdo que me volví loca cuando la
versión con proyector salió. ¡Tenías tu libro proyectado y parecía que lo
tenías justo frente a ti para cambiar la página sin tocar la pantalla! Años
después, sentía que ya había vuelto a recuperar casi todos los títulos de mi
juventud de manera más barata y todo guardado en la nube. Sin embargo, los que
llegaban a mi casa a visitarme ya no veían estantes con libros, ni preguntaban
“¿A poco has leído todo eso?” Ya nadie se detenía a mirar si teníamos gustos en
común, y si llegaban a tener la más remota curiosidad, podían ver mi inventario
en TBR, sucesor de Goodreads (que crecía más que nada en la sección Libros que quiero leer). ¿Aquello hería
mi ego? Pues sí.
Aún en el año 2061, en donde ahora me encuentro, los libros se siguen
leyendo, coleccionando, publicando en físico. Sin embargo, los lectores siempre
se han ido adaptando a sus necesidades. El mundo avanza cada vez más deprisa,
por lo que comprar en línea, guardar los libros para después y leerlos cuando
se tiene tiempo desde cualquier dispositivo electrónico es una ventaja
fascinante. A los 26 años, yo no consideraba siquiera cambiar los libros por
una pantalla, pero ahora me doy cuenta que lo importante no es el cómo leer, sino el poder leer.
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